‘Seven’, el pecado de Fincher

«Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada.»  – Tomás de Aquino

Gula, avaricia, pereza, lujuria, soberbia, envidia e ira. Tan inclinada está nuestra naturaleza hacia ellos, que hoy en día se han convertido en cualidades de los que presumir con la frente bien alta. Vivimos en un mundo que no tiene tiempo de condenar su falta de valores; no es imprescindible pararse a pensar en el mal que causamos si éste mal nos tranquiliza la conciencia. Nuestra tolerancia está rozando los límites de la estupidez, somos tan comprensibles y flexibles con nuestros propios errores que ni siquiera tenemos la capacidad de reconocerlos, ni de reconocernos a nosotros mismos en ellos.

Esta es la razón que le empuja a John Doe (Kevin Spaceya convertirse en un asesino. Un asesino con una misión indiscutible: despertar a la sociedad de su letargo. Sin embargo, a diferencia de muchos criminales, John no se considera superior a los demás y se convierte a sí mismo en una víctima más de su meticuloso plan. Su finalidad es el motivo de su existencia, y por ello decide sacrificar incluso lo más valioso que tiene: su vida. Es más, ni siquiera lo siente como una pérdida, sino que se enorgullece de la perfección de su obra: «Si quieres que la gente te escuche, no puedes limitarte a darles una palmadita en el hombro, hay que usar un mazo de hierro. Sólo entonces se consigue una atención absoluta». Él tiene clara su intención, «hacer algo que quede marcado al rojo vivo en el inconsciente colectivo», y cumple con cada una de sus palabras, de tal modo que no sólo impacta a los personajes de la película, sino también a nosotros mismos como espectadores.

La escena final comienza con William R. Somerset, un envejecido y casi derrotado detective interpretado por Morgan Freeman. Las primeras palabras que salen de su boca, «hay sangre», nos adentran inmediatamente en el peligro que nos acecha. Al pasar al siguiente plano, nos encontramos con un joven Brad Pitt en el papel de David Mills, policía principiante e inexperto lleno de sensibilidad, junto con el artífice de la gran obra, John Doe, en un segundo plano y totalmente desenfocado.

Éste trata de ganarse la atención del policía dándole una pista letal que define su propio pecado: la envidia. Sin embargo el detective Mills no le concede el protagonismo, hasta que llega el momento clave de la escena: Somerset abre la caja de John. Tras unos segundos de profundo silencio, la amenaza cobra vida en forma de sonido, y tiene lugar lo que el verdadero protagonista lleva planeando desde el comienzo: «John Doe tiene el control». Inmediatamente, el pequeño e insignificante asesino desenfocado del segundo plano se transforma para todos en el poderoso hombre del contrapicado. Para todos, menos para el ingenuo Mills, quien sigue apuntándole con su pistola sin entender la obra. Empieza el monólogo de John, al que el policía no pretende atender hasta que escucha la palabra clave: «tu esposa».

Mientras se oyen de fondo los gritos del detective Somerset y el ruido del helicóptero, John Doe confiesa detalladamente su último crimen, el asesinato de la mujer de Mills. En ese preciso momento se une a ellos Somerset, y se forma un triángulo de lucha incesante: John pretende desatar la ira de Mills, Mills evita creerle con toda su fuerza, y Somerset desea impedir el último pecado.  Pero la lucha se interrumpe por la revelación del asesino: «suplicó que dejara vivir al niño que llevaba dentro». Desde este instante, cualquier súplica carece de sentido, y ni los ruegos de Somerset ni la batalla interior de Mills consiguen frenar la meta de John Doe: el castigo de los siete pecados capitales.

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